Memorias de Edward/cap 4/ Mañana del 18 de julio
MAÑANA
DEL 30 DE JULIO
Amaneció
un nuevo día en Valladolid.
Los
primeros rayos de sol atravesaron las aberturas de su persiana
entreabierta. El sol le hacia mucho daño en los ojos. Suspiró. Un
nuevo día le esperaban tenia muchas cosas que hacer.
Se
levantó empapado en sudor, por la fiebre de la noche anterior. No
tenía fuerzas para sostenerse en pie. Fue el baño y a continuación
se dió una larga ducha de agua helada.
No
tenía apetito, así que se vistió y se dirigió a donde iba cada
amanecer... a verla.
Andaba
con paso precipitado calle abajo no había ni un alma por la calle, y
miles de pájaros volaban cantando por encima de su cabeza.
-Por
lo menos ellos, son felices. -Susurró.
Al
fin, llegó a su destino. Su ventana.
Ella
se encontraba a escasos metros de él a estas horas estaría dormida,
como siempre. Pero el echo de tenerla cerca, hacia que le volviera el
color a las mejillas, y que tuviera ganas de vivir.
Se
sentó en el banco de siempre, y no dejaba de mirar su ventana.
Aquel
edificio rojo de 6 pisos que se elevaba al cielo.
Ella
vivía en el primero. Ya eran las 8 de la mañana, y la persiana del
salón se abrió como todos los días. Era su madre que se levantaba
a hacer las cosas de casa. Elisabeth a veces despertaba a las 9, pero la
mayoría se levantaba tarde. Edward acostumbraba a poner rumbo a su
casa a las 9:30, antes de que sus padres se levantaran a trabajar.
-Pequeña,
buenos días. Estoy aquí, aunque no me veas. Estoy muy cerca tuyo,
demasiado, como todos los días desde que te fuiste. Necesito decirte
por millonésima vez, que te quiero, y que te esperaré el tiempo que
haga falta. Vivo por ti, princesa.
Cualquiera
que le viera, creería que esta loco, pero todo lo contrario. Está
muy enamorado.
Todos
los días necesitaba hablar con ella, es la única ocasión del día
en el que él se siente completo... feliz, aunque ella no le oiga. El
siempre a creído que algunas personas tienen una conexión especial,
y esa conexión es la que cree que tiene con ella, con su amor.
Se
levantó y volvió despacio a casa.
Al
abrir la puerta, le esperaban sus padres sentados en el sofá del
salón. Le empezó a entrar miedo de lo que le dirían.
-Ven,
siéntate con nosotros. Le dijo su padre.
El
sesentó a su lado, y comenzaron a hablar.
-Edward,
estamos muy preocupados por tí, por tu situación... ¡mira que
delgado estás! No comes nada, no duermes nada.. estás sin vida
hijo. Y sales todas las mañanas, tu padre y yo no sabemos adonde,
pero siempre a la misma hora. ¿Quieres contarnos qué te pasa?
¡Llevas así desde agosto del año pasado!
-No
es nada.
-Cariño,
puedes confiar en nosotros.
Él,
comenzó a llorar. No podía controlas las lágrimas, sus emociones,
su corazón...
Había
quedado como un imbécil delante de sus padres.
Su
madre le abrazó suavemente. Ella sabía que fuera lo que fuese, le
estaba causando un dolor que le consumía por dentro, y tenía miedo
de que cometiera alguna estupidéz.
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